Fidel López Eguizábal
Docente Investigador
Universidad Francisco Gavidia
flopez@ufg.edu.sv
Después de una larga caminata llegué a la finca, con el corazón acelerado por la empinada
cuesta, sudado y con sed saludé al entrar a la casa. ¡Buenos días!, buenos días, contestaron
todos.
Don Chepe se alegró al verme y nos abrazamos, así como siempre lo hacíamos.
—Tiempos de no venir por acá.
—Qué alegría esté bien. Le contesté.
—Me regala agua por favor.
Con el vaso de vidrio copado de agua, me la empiné y sacié la sed.
—Me regala más por favor…muchas gracias.
Don Chepe, un anciano que había trabajado muchos años la tierra. Con sus ochenta y cinco años
encima, siempre cultivaba maíz y frijol. Además, sembraba ayote, chilipucas y tecomates. La
edad no le impedía seguir labrando los terrenos. Era su vida.
Esa mañana de principios de diciembre, don Chepe platicaba de la cosecha de café, ya faltaba
poco para la temporada. A un lado del granero, observé bastantes tecomates. Un producto
típico en algunos lugares de la campiña salvadoreña.
El anciano, al ver que sonreía y contemplaba la figura coqueta de los tecomates, tomó su
bordón y se levantó. Se agachó hacia los tecomates y me dijo:
—¿Quiere un tecomate?
—¡Claro que sí, muchas gracias!
Siempre me iba con algo para la casa. Caminaba contento con mi fabuloso regalo. El tecomate
sonaba como maraca, aún tenía las semillas adentro. Pensé que con las semillas podría
cosechar tecomateras.
Al llegar al pueblo se lo mostré a mi esposa. Fue el regalo perfecto para ponerlo en la sala. Un
trofeo de manos campesinas. En mejor lugar no podía estar. Regordete y con cintura marcada,
se lucía el inquilino. Entre fotos, placas y demás adornos, el tecomate era el protagonista.
Siempre un visitante lo admiraba y hasta se atrevía a tocarlo.
Nos venimos a vivir a la capital. Una mañana, mi hija se fue becada al país del Sol Naciente,
Japón. Era un campamento mundial de los Scouts. Llevaba ropa para acampar, insignias,
comida y traje típico salvadoreño. Bailarían en Japón y armarían un stand de El Salvador. En
Japón estarían más de ciento cinco países. Muchas culturas.
La noche, antes de ir a dejarla al aeropuerto, le dije:
—Hija, sería bueno llevara el tecomate, mire que es algo típico, y servirá para representar algo
autóctono del país. El tecomate fue metido en una valija grande y cruzó el charco.
La joven scout regresó del largo viaje, traía recuerdos. Intercambió insignias, camisetas, pines,
etcétera. Sacó todos los souvenirs, pero faltaba algo. El tecomate.
—¿Y, el tecomate hija?
Ella se me quedó viendo. Lo primero que pensé fue en don Chepe. Siempre lo conservé tal
como él me lo había obsequiado.
Nunca me dijo a quién se lo regaló. Eso sí, nos contó que europeos, asiáticos y jóvenes de otros
países se tomaban fotos con el tecomate. Algunos le preguntaban en forma extraña ¿Qué era
eso? ¿Parece qué es familia de las calabazas?
En algún hogar, no sé en qué país, el tecomate estará posando su peculiar figura. Quizá, le
habrán extraído las semillas para sembrarlas…