Fidel Arturo López Eguizábal
Un joven de escasos recursos económicos deseaba ser un gran chef y triunfar en la vida; sin
embargo, las posibilidades de convertir sus sueños en realidad, era todo un reto. Tiene cinco
hermanos, sus padres son pastores de una iglesia evangélica, y siempre le hablan de fe y
esperanza para nunca rendirse. A su padre, siempre se le ve con La Biblia en las manos.
Las dificultades económicas en la familia era el pan diario, pero eso le daba más fuerzas para
luchar constantemente y nunca desfallecer.
Para poder salir adelante y ayudar a la familia, los fines de semana trabajaba parqueando
autos en La Costa del Sol, eso le sirvió para estudiar bachillerato; además, se iba a buscar entre
los pescadores “las regalías”. Con ese dinerito, sufragaba algunas necesidades.
Su lucha por salir de la pobreza era constante. En un restaurante cerca de la playa, le
ofrecieron trabajo, su dedicación y disciplina, le adjudicaron en el futuro la fama de ser uno de
los mejores meseros de la zona. Con ahínco aprendió a cocinar; traía desde pequeño el deseo
de ser cocinero.
Su padre le comentó que había una oportunidad de trabajo en el extranjero, un sacerdote
amigo deseaba darle una oportunidad al joven chef de irse a trabajar de cocinero a Sicilia,
Italia.
—¿Hijo, desea ir a Italia a trabajar de cocinero, el sacerdote es mi amigo y va bien
recomendado?
—¡Claro que me voy papá, es la oportunidad que esperaba para que superemos!
Esa fue la gran oportunidad que esperaba el joven chef para superar y salir adelante. Con el
sello garantizado de haber laborado en un restaurante europeo, se aventuró y viajó a San
Salvador, su misión era buscar un restaurante fino para trabajar.
Se inscribió en una universidad, pero se retiró, no pudo costearse los estudios. No desfalleció
y, consiguió trabajo en una empresa que hace la comida para dos hospitales.
***
Ya en la capital, inició de aprendiz en un restaurante de lujo, eso le ayudó mucho para ir poco a
poco perfeccionándose en sus sueños. Deseaba ser chef, siempre fue su gran ilusión.
En la urbe de la capital, vivió en una zona peligrosa, las pandillas eran los dueños del lugar y
deseaban reclutar a todo joven de la zona. El joven chef, tuvo que buscar otro lugar menos
peligroso para culminar sus metas.
El joven se esforzó y logró inscribirse en la carrera de administración de empresas turísticas en
una universidad privada. Era su segunda oportunidad de continuar sus estudios. Su sueño
estaba cumpliéndose.
Poseía un espíritu luchador, los consejos de su padre, quien es muy religioso, le habían
convertido en una persona con un escudo lleno de fe y esperanza. Su padre le leía versículos
de La Biblia: “Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás
conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza”. Salmos 23:4
En una ocasión se enamoró de una señorita, la invitó a un restaurante a comer.
— La invito a comer, deseo que nos conozcamos más.
— ¡Como puede creer que salga con un cocinero! —Le contestó tajantemente—
El joven comprendió que la ella padecía de una enfermedad «la arrogancia», lo ignoró por el
hecho de ser un cocinero y empleado en un restaurante. Ella era tan arrogante y engreída.
Pasado el tiempo, fue a un centro comercial, entró a un almacén y encontró a la joven, la
misma persona que un día le negó una cita, ella atendía el departamento de ropa; no era un
gran trabajo. Esa tarde, nada más se le quedó viendo, no se atrevió a decirle nada…
Juan Pablo II mencionó “Dios se deja conquistar por el humilde y rechaza la arrogancia del
soberbio”. El joven compendió, que existen personas arrogantes, etiquetan y piensan que ser
un cocinero es algo que no tiene futuro. Un defecto que tienen algunos salvadoreños.
El entusiasta joven siempre gustaba de los retos, se inscribió en un concurso de cocina, el
joven ganó la mayoría de premios, sus recetas eran originales y conquistaron a todos los
asistentes. El joven chef, se sentía feliz; sus sueños estaban cumpliéndose.
Esa misma tarde, en el hotel en donde fue el concurso de cocina, un señor alto con apariencia
aria; le dijo que si estaba interesado en trabajar en un restaurante alemán. El joven chef, sin
titubear, le dijo que sí.
El joven chef se sintió el hombre más feliz de la tierra, rápido tomó un autobús y se fue a su
casa a contar la buena noticia.
—¡Papá, mire, me acaban de dar la oportunidad de irme para Alemania como cocinero!
El padre se echó a llorar, le abrazó y le dijo:
—Hijo, estoy tan orgulloso de usted, espero que con esta oportunidad supere y no se vaya a
olvidar de la familia, en especial de sus hermanos.
En ese lejano país, el joven chef, tiene en su menú, platos salvadoreños, está aprendiendo
otras culturas y por ende, está convirtiéndose en un gran chef. La oportunidad no la podía
perder; sus sueños estaban cumpliéndose.
Todas las mañanas, da gracias a Dios, por estar aprendiendo recetas de muchas partes del
mundo y por haberse afincado en un lugar nunca antes soñado. El joven chef, siempre le
manda dinero a su familia, está pendiente que sus hermanos sean prósperos y exitosos. Nunca
olvida sus días duros de la niñez, cuando no tenían ni la oportunidad de tener zapatos, pero el
amor de familia nunca les ha faltado.
Quizá algún día conozca a una joven que, no le vea de menos y, se sienta bien estar con una
persona que siempre estará preparando suculentos manjares.
Moraleja: “El que persevera y está en las manos de Dios, siempre tendrá éxito. No importa el
tipo de oficio o profesión que se realice en la vida. Una persona puede iniciar en un
restaurante limpiando platos, luego se convertirá en el gerente o en el dueño”.