Las fiestas del pueblo - Periódico EL Pais

Las fiestas del pueblo

Las fiestas del pueblo

Por Fidel Arturo López Eguizábal

 

“Las fiestas patronales de los municipios, son un momento para celebrar al

patrón o a la patrona. Algunas costumbres o tradiciones son originarios de cada

pueblo, otras son copias de otros países como España. Para los paisanos, un

recuerdo para los viejos y para los que apenas salen del cascarón. Las fiestas

patronales de Tacuba, no hay pretexto para olvidarlas”.

 

El desfile de correos avisaba que las fiestas de Tacuba daban inicio; grandes y

pequeños salían de sus casas y, por un momento olvidaban las penas; el

Diablo, la Siguanaba y otros personajes seguían a todo el mundo. Los cohetes

rompían el silencio en ese pueblo, el cual está anclado entre montañas, una de

ellas parece “doble v”.

 

“Los historiantes”,niños y viejos disfrazados; toman el pito, el tambor y otros

instrumentos musicales, se suman a la alegría del pueblo. “¡Péguele, péguele

más fuerte!” manifiesta un turista al presenciar la danza “El Tigre y el venado”.

Un hombre con un látigo sigue al toro de cuero. ¡Taz, taz, taz!, se escuchan los

golpes, el hombre que carga el toro se cae, pero se vuelve a levantar y se

abalanza para alcanzar a quien le castiga. Los espectadores se hacen a un

lado, no vaya a ser que les golpee el torito.

 

Una tradición que siempre se hacía enfrente de la iglesia vieja. “Los

historiantes” y don Chelino Galicía eran los protagonistas que siempre ponían

sazón a las danzas autóctonas. Pero siempre se acostumbra esas tradiciones,

Tacuba nunca las pierde.

 

La patrona del pueblo “Santa María Magdalena” se alista para lucir su mejor

vestimenta, la feligresía católica la carga y la pasea por todo el pueblo. Todos

esperan el día principal, el 22 de julio. Flores frescas y cientos de personas le

acompañan en la procesión.

 

Los cohetes de vara y la pólvora de las ocho de la noche celebran a la santa.

Todos los pueblerinos con sangre y sin sangre tacubense, buscan un espacio

para sentarse en alguna venta de panes con gallina. El castillo poco a poco irá

develando la leyenda ¡Que viva Santa María Magdalena”.

 

En aquellos tiempos, la chicago, los caballitos y la voladora eran las únicas

ruedas mecánicas que llegaban al pueblo; no había más para escoger. Quizá la

calle empolvada impedía llegasen mejores ruedas al pueblo.

 

También se afincaba cerca del parque un circo de mala muerte, pero todos lo

esperábamos con ansías. No caben tantas personas, no da abasto las

vendedoras de tostadas, pastelitos, etcétera.

 

Los chupaderos, los cuales estaban un poco retirados del parque para no

ocasionar mala impresión. Las prostitutas están listas para atrapar con sus

piropos a un cliente. Lo pagano y lo religioso se mezclan en las fiestas de los

pueblos.

 

Con dos colones o con dos chimbimbas, era suficiente para subirse a las

ruedas. Ahora hay que gastar en dólares para satisfacer esos caprichos de

cipote fiestero. Más de alguno vomitará de tantas vueltas y vueltas por subirse

en la voladora.

 

Mientras tanto, las colas de personas esperaban el turno para subirse a las

ruedas; los panes de Jorgito estaban listos para ser vendidos, las vendedoras

de dulces, los bolos por doquier, gente de la capital, gente de los cantones;

todos al unísono celebrando las fiestas de su amado pueblo.

 

¡Cuidado ahí vienen los toritos! gritaba la gente en la reventazón de los

alegóricos toritos. Más de algún descuidado queda tendido en el suelo con la

boca reventada y ensangrentada.

 

Una señora mira hacia arriba, esperando que la vara de cohete no le cayera en

la cabeza. El olor a ponche y a tostadas de plátano, hacen despertar el apetito.

“Vaya el ponche con piquete” grita una señora gorda mientras menea un perol

grande. Tamales, cervezas, atol shuco, elotes locos, dulces de camote,

chilacayote, coco, tantas delicias que no pueden faltar. “¡Loteria, lotería grita un

niño al ganarse el premio!”

 

La reina de las fiestas patronales pasa por el parque, la carroza está bien

adornada de globos y adornos; la reina lanza dulces y sonríe. Más de algún

cipote le querrá arrebatar la bolsa llena de golosinas. Atrás vienen las otras

reinas de los barrios.

 

En las orillas del pueblo, el palenque tiene a los señores apostándole al gallo

giro. Las botas de charro y sombreros finos son la mudada principal para los

galleros. Algunos son del pueblo, otros llegan desde Guatemala para poner a

pelear a sus gallos.

 

Mientras las ruedas giran y giran, algunos gritan de miedo, otros mareados;

mientras las rancheras del dueto Las Palomas, Cornelio Reina y Lucha Villa se

mezclan para que las disfrute el gentío.

 

Los tipos del pueblo están afuera de sus casas, sacan las sillas en las aceras,

en la cocina hay gallina india; a la par de las sillas han colocado las botellas de

guaro, hay mucho licor por consumir. Las fiestas es el pretexto perfecto para

celebrar. La “pulum pulum” del cantón El Rosario o de El Sincuyo, les ameniza

las tardes y noches de alegría. “La del Moño colorado” no podía faltar.

 

El que ha venido de Estados Unidos, lo primero que desea hacer, es pararse

enfrente del parque y tomarse unas Pilsener; recuerda los momentos de niñez

cuando hacía la “cabuda” para subirse a las ruedas con la cipota del pueblo

que le gustaba. Se le acerca un bolo del pueblo y le dice “tiene unas monedas

don”.

 

Mientras en algún lugar del pueblo “¡Buenas tardes tío (…) que me alegra

venga a las fiestas, échese un pijaso de tequila!” el tacubo parquea la nave, se

baja con la familia que viene desde San Salvador. “¿Ja ja ja, ya no te acordás

(…) cuando íbamos donde la niña Carlota Nuñez a chupar chicha?” “Me agrada

que vengas al pueblo, recordemos los viejos tiempos”.

 

Hay de todo para disfrutar y gastarse el dinero: las carreras de cinta a caballo o

en bicicleta, el palo encebado, el chingolingo, la lotería, los pájaros de la suerte.

Las argollas se escuchan chocar en las gaseosas, más de algún “pulsudo” se

sacará la cajetilla de cigarros o las cuatro gaseosas. Otro “pulsudo” quiere

derribar al muñeco con el fusil, al cual el dueño le ha desajustado el blanco

para que no ganen premios. Algún enamorado querrá ganarse el osito de

peluche de un solo disparo para regalárselo a la cipota que le gusta.

Unos cipotes con el cuerpo lleno de cebo gritan de alegría; ya que han llegado

a lo alto del palo encebado y se ganaron los cuarenta dólares. Tendrán para

disfrutar de las fiestas patronales.

 

Los jóvenes y no tan jóvenes se alistaban con sus mejores ropajes para ir a

disfrutar del baile, la alcaldía tiene lista la orquesta. Algunos mirones observan

por unos agujeros a los bailarines. Todos recuerdan una silla de mimbre, era la

que esperaba a la reina para que se sentase con su corona. La orquesta

tocaba una fanfarrea para que la nueva reina brindara un discurso a los

pueblerinos.

 

Es usual que un día sábado sea el propio baile del pueblo, las jovencitas se

sientan alineadas esperando que un valiente las saque a bailar. En una

esquina están los jóvenes listos para bailar. Un joven quinceañero quiere bailar

con una señorita, pero no tiene valor. Sus amigos le alientan de una manera

inusual “Tengo miedo de sacar a bailar a…” “Mirá, tómate un pijaso de guaro

para que agarres valor”. El muchacho ingiere un poco de guaro y agarra valor

para cumplir su deseo.

 

En el campo de la feria, un niño llora porque es su primera vez que se sube a la

rueda de caballitos, la madre lo sostiene y manifiesta ¡Detenga la rueda señor,

mi hijo llora! Como la rueda no tiene motor, el que la maneja rápidamente deja

de darle vuelta y ésta se detiene.

 

La misa en honor a la santa patrona concluye, mientras los dueños de las

ruedas, respetan el momento apagado por un instante la música. Los devotos

salen bendecidos, pero antes de irse para sus casas, disfrutarán de algún pan

con pollo o unas pupusas con chocolate caliente.

 

Todo el pueblo está de fiesta, no importa creencia religiosa o clase social. Más

de algún visitante foráneo o un tacubo hermano lejano, ha de estar alegre de

visitar después de muchos años el pueblo que le vio nacer y crecer.

 

El bullicio ensordecedor llega hasta bien noche. Mañana amanecerán un

montón de borrachos dormidos en los andenes del pueblo.

 

¡Esas son las fiestas de mi pueblo, que las disfrute el que pueda y el que

quiera!

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