Por: Fidel López Eguizábal
Y recuerdas tu única vida
la que era tuya y nadie te interrumpía
solo tu madre que te daba de palos por necio
recuerdas tu niñez la que no tiene precio.
Así eras niño de pueblo
que te venías de la escuela mojándote
te ibas por la cuneta jugando
y llegabas a casa sacudiéndote.
Tu madre te esperaba mojado y friolento
“Buenas tardes mamá le decías”
ella nada más te veía y se sonreía
por tus travesuras de niño inquieto.
Y recuerdas las tardes de adolescencia
Recuerdas a tus amigos y las tertulias
las tardes de romances fugaces a escondidas
con la bonita vecina.
Los inviernos que te encerraban en tu casa
eran para reflexionar
y ver las tejas
que se tumbaban
Ahora, añoras
cada invierno
cada instante
cada cosa que repitas
por donde habitas.
Las calles quedaron pintadas
con olor a sudor de cipotes jugando fútbol
jugando en la calle empolvada del barrio
calles del pueblo que eran desiertas
pero llenas de paz.
Y recuerdas el mal entendido
cuando te diste de golpes con tu amigo
pero luego, la amistad siguió
y era momento de seguir jugando
con los pequeños carritos.
Y recuerdas las fiestas del pueblo
tus mejores mudadas vestías
para ir al parque
para comer dulces
para tomar elixir de vida
para bailar con la reina.
Y recuerdas tu única vida
la que tienes ahora es prestada
te quedan quizá años de disfrute
y recuerdas
la única vida de niño precoz
que buscó juguetes, amigos y novia.
Y recuerdas los días de piscucha
los días de trompo y chibolas
en las calles empolvadas del barrio,
del barrio donde dejaste tus pedazos de rodillas
camisas rotas
pleitos y risas con tus amigos.
Y te encuentras en la caja de tus recuerdos
el cuaderno de séptimo grado
en donde te dibujaron un corazón.
Amores platónicos
los cuales eran fugaces
e inciertos de encontrar en el futuro.
Y recuerdas tu única vida
horas intensas de aprendizaje en el billar
jugando con el mejor del pueblo
platicando con los mismos visitantes
quienes a un lado
tomaban cervezas
hablaban de la vida
y la muerte
mientras los naipes
eran sus libros.
Y recuerdas quizá tú única vida
llena de aventuras
en las tardes de café
en las tardes con tu familia
en la acera
sacabas las sillas viejas
y te gustaba ver pasar a la gente.
Las tardes de televisión
las pláticas con tus viejos
que te dieron pan
que te dieron vida.