Neonatóloga sale en auxilio de turista estadounidense de 65 años que se desploma desayunando en un lujoso hotel de Río - Periódico EL Pais

Neonatóloga sale en auxilio de turista estadounidense de 65 años que se desploma desayunando en un lujoso hotel de Río

Dra. Claudia Couceiro, narrado a Matías A. Loewy

El hotel tenía todo lo que pretendía para esos días de vacaciones soñadas en Río de Janeiro, Brasil, con dos amigas del hospital y mi hija de 21 años: playa privada, piscina climatizada, spa, gastronomía y un jardín tropical interno. Pura relajación. Habíamos llegado dos días antes y esa mañana estaba sola con mi hija (mis amigas habían ido temprano a una excursión) disfrutando del desayuno, probando desde frutas y chipá hasta huevos revueltos y caviar, con la única «preocupación» de decidir qué jugo tomar o qué actividad haríamos por la tarde. Nada podía salir mal.

Entonces escuché desde el fondo del restaurante un grito desesperado: «¡Help!» Era una mujer de rasgos asiáticos. Y en el piso, inconsciente, un turista estadounidense de aproximadamente 65 años, con un cuerpo grande, rodeado de gente que se había acercado a ayudar. Mi hija, estudiante de medicina, me susurró: «Mamá, no vas a ir, ¿verdad?». Pero ya sabía mi respuesta: «¡Por supuesto! Y me acompañás».

Temí que fuera una muerte súbita, así que mientras caminábamos a paso rápido hacia el hombre empecé a preguntar a los camareros si tenían desfibrilador a mano, estetoscopio, guantes… Me respondieron que no. Me pareció increíble, pero me preparé para intervenir con los recursos disponibles.

Me presenté como médica y aunque no tengo un inglés fluido pedí en ese idioma que abrieran espacio y que nos dejaran actuar, mientras desde el hotel llamaban a un Servicio de Emergencias. No había otro médico o profesional de la salud en el lugar. El turista estaba sudoroso y pálido.

La pareja, sentada a su lado, lloraba desconsolada: estaba convencida de que había fallecido. Le desabroché un botón de la camisa y antes de comenzar las maniobras de reanimación cardiopulmonar le tomé el pulso. Y lo encontré. Era un pulso filiforme, tenue, casi imperceptible, pero evidente. Miré a la mujer y la tranquilicé: Your husband is OK. Take it easy [«Su esposo está bien. No se preocupe»].

Pregunté a la mujer su nombre y el de su esposo para poder dirigirme a ellos de una manera más empática, más humana. El hombre empezó a reaccionar lentamente. De la evolución clínica y del interrogatorio a la mujer pude hacerme una impresión diagnóstica: era una simple lipotimia o un episodio sincopal, producto quizá del tratamiento farmacológico para la presión arterial que había tomado en la mañana, a lo que podrían haberse sumado el calor reinante, el gran desayuno o la falta de sueño. Solo levanté sus piernas. Me aseguré de que el área estuviera despejada para que el paciente pudiera respirar bien. Y aunque los camareros y otros turistas traían para ofrecer vasos de agua o sobres de azúcar, decidí que no era buena idea: no sabía si la persona estaba en condiciones de tragar, por ahí se terminaba ahogando o aspirando.

Cuando llegó la ambulancia con un enfermero, 10 minutos después, el hombre ya estaba plenamente consciente. Le tomaron la presión arterial y en efecto, los valores eran bajos, alrededor de 50 mm Hg de diastólica y 90 mm Hg de sistólica, algo así. El gerente del hotel sugirió que por protocolo el turista tendría que ser trasladado al hospital y eventualmente hospitalizado. Pero el hombre lo rechazó de plano. Yo apoyé su postura: entendí que no había riesgo de muerte y señalé que ningún paciente puede ser atendido u hospitalizado en contra de su voluntad. Así que volvió a su habitación para reponerse.

Yo volví para terminar el desayuno, todavía con la adrenalina de la situación. Mi hija estaba muy orgullosa por mi reacción decidida y valoraba que en medio de la crisis hubiera prestado atención al sufrimiento del ser querido, algo que quizá proviene de mi formación como pediatra y neonatóloga. De todos modos, el episodio daba vueltas en mi cabeza. ¿El señor estaría bien? ¿Debí haber insistido para que lo hospitalizaran? Estuve tentada a presentarme en su habitación, pero me pareció una invasión a la privacidad. Un par de horas después me acerqué a la conserjería y allí me confirmaron que todo estaba bien. Respiré aliviada. Y seguimos nuestras vacaciones en Río. A la noche conté la anécdota a mis amigas, que habían vuelto de su excursión. No lo podían creer.

Aunque por mi especialidad atiendo bebés, antes soy médica. Tengo la vocación y el compromiso ético de ayudar a cualquier persona que requiera asistencia, aunque sea fuera del horario laboral o el paciente haya dejado la cuna muchas décadas antes. La primera vez que lo hice estaba recién graduada y fue en una iglesia de Montserrat, un barrio tradicional de Buenos Aires. Como le pasó al turista, también era un hombre que se desplomó súbitamente. Un feligrés. En esa época asumía que una persona que cae siempre requiere reanimación, así que no le tomé el pulso y empecé a hacer las compresiones enérgicas en el pecho mientras pedí a quien era mi novio entonces que le hiciera la ventilación boca a boca, que era la práctica recomendada entonces. Pero de pronto algo insólito pasó: el hombre abrió los ojos ¡y empezó a gritar que yo era el diablo! A la distancia puedo interpretar que el «rescatado» nunca había tenido una muerte súbita, sino que probablemente era un trastorno de conversión. Y hasta es posible que haya hecho esa escena otras veces, porque el cura y las señoras en la iglesia siguieron con la misa como si no hubiera ocurrido nada fuera de lo común.

La Dra. Couceiro con su hija en el resort durante sus vacaciones. Cortesía: Dra. Couceiro

Así que salir a ayudar nos expone a situaciones desagradables, pero también es un imperativo de nuestra profesión. Y puede ser muy reconfortante. Para esa pareja de turistas en un hotel de Río yo no había sido el diablo, sino una especie de ángel, aunque, en rigor de verdad, no hice ninguna hazaña médica. Dos días después del episodio los encontré una noche en uno de los jardines del hotel. Estaban caminando tranquilos. Me vieron y vinieron a saludarme con una sonrisa. Ella me tomó la mano con sus dos manos y me agradeció con calidez. «Espero que sigan bien», les respondí. Sentí que no era el momento de interrogatorios, evaluaciones o consejos médicos. El mal momento había quedado atrás.

La Dra. Couceiro es neonatóloga en el Hospital de Pediatría Juan P. Garrahan, en Buenos Aires, Argentina.

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