Noche del invierno de 2008 en iglesia Elim cuando la humedad podía palparse
por las repetitivas lluvias de los últimos días. Pero, más denso que la humedad
era el sentimiento de consternación e incredulidad entre los hermanos. Era la
primera vez que nos reuníamos después de los increíbles acontecimientos de
la noche anterior cuando uno de los autobuses que se rentaban para asistir a la
iglesia fue devorado por el desborde del Arenal Montserrat.
La incredulidad se quebraba frente a la fila contundente de ataúdes en el insólito
culto mientras el listado de víctimas mortales todavía se elaboraba entre
angustias, ejercicios de memoria y esperanzas que se apagaban. Implacable,
la lista crecía cada hora tragando nombres con la misma fiereza que las aguas
tragaron el autobús. Ya para entonces casi nadie tenía esperanza de encontrar a
su desaparecido con vida. La nómina se detuvo cuando alcanzó el fatídico saldo
de 32 personas.
Las familias que esa noche velaban a sus seres queridos eran afortunadas frente
a aquellas que les tomaría varios días más encontrar los cuerpos de sus amados
y aún más frente a aquellas que nunca los encontraron. Fue entonces que por
primera vez me encontré con Ester. Con sus once años y sus ojitos levemente
rasgados se acercó junto a su madre y su única hermana. Su padre también iba
en el autobús y ahora los ojos de Ester preguntaban.
La mañana siguiente la vi de nuevo en La Bermeja. Allí devolvimos al polvo
siete cuerpos en una misma ceremonia. Los ojos de Ester no cesaban de
llorar. El soporte económico se había roto en su hogar y al dolor se sumaba la
incertidumbre del futuro. Pero la iglesia no les dejó solas. Una miembro empleó
a la madre de Ester como dependiente y la iglesia asumió la educación de Ester y
su hermana.
En las reuniones que siguieron a la tragedia y quizá por ser una de las menores
de los afectados Ester se encontró siempre en posición emblemática. Como
cuando el Procurador para la Defensa de los Derechos Humanos presentó su
informe del caso, ella estuvo a mi lado para recibir el documento donde se señala
con nombres y apellidos a los responsables de la tragedia. O como cuando a
nombre de las familias afectadas recibió de parte del Instituto de Derechos
Humanos de la UCA el premio Jon de Cortina 2008 “por su lucha para hacer valer
sus derechos humanos”. Ester pasó a recibir el premio sencilla, digna y serena.
Esas cualidades que la niñez no amilana.
Paradójicamente Ester vive sobre el cauce del Arenal Montserrat a solo unas
calles del lugar de la tragedia. Cada invierno cuando las aguas rugen la pesadilla
vuelve y la ansiedad le impulsa a buscar refugio en casa de hermanos vecinos.
Ahora Ester tiene quince años y estudia el primer año de bachillerato en salud
pues su sueño desde niña es estudiar medicina. Ese sueño solo es roto por las
crecidas del Arenal que el año pasado le robó parte de su patio. Nunca recibió
una explicación, una reparación o una solicitud de perdón de los responsables.
Solo indiferencia. Indiferencia ante sus ojitos rasgados que incomodan a
cualquiera que carga en su conciencia la responsabilidad de 32 muertes. Entre
ellas, la de su padre.