EURODINÁMICA | 05.01.2012
Numerosas variedades de plantas se ven amenazadas por las prácticas de la agroindustria. En diversas partes del mundo, sin embargo, los campesinos se organizan para preservar las semillas tradicionales.
En las últimas décadas se ha producido una extinción sin precedentes de plantas agrícolas, en forma casi inadvertida. Ya sea que se trate de arroz, trigo o manzanas: de las miles de variedades de antaño, sólo unas cuantas son cultivadas en la actualidad. Las monoculturas industrializadas demandan variedades rendidoras. El sabor, la calidad y la resistencia pasan a segundo plano. Sin embargo, entretanto, los campesinos se movilizan contra el monopolio de los gigantes de las semillas y sus patentes, y redescubren antiguas variedades.
Por ejemplo, el agricultor Toni Sureda, de 85 años de edad, cultiva tomates Ramallet y utiliza sus semillas para la siembra del año entrante. Cada vez son más los jóvenes jardineros y agricultores que visitan a Sureda en su finca de Mallorca. En su pequeño banco privado de semillas encuentran lo que buscan en vano en los grandes centros comerciales: semillas tradicionales.
Híbridos estériles
Toni Sureda con sus tomates, en Mallorca.Toni Sureda no abomina de las nuevas semillas industriales y también las compra, porque reportan una cosecha más abundante que las tradicionales. Pero se trata de “semillas híbridas”, concebidas para aumentar la producción. Los tomates que de ellas crecen son bonitos y de tamaño uniforme. Pero sus semillas no se pueden utilizar. Las plantas híbridas son estériles, de modo que cada año hay que comprar semillas nuevamente.
Estos híbridos tienen también otras muchas desventajas, según explica en una conferencia Aina Riera, ecologista y fundadora de la asociación mallorquina de plantas locales. “No sólo es comprar la semilla, sino que normalmente se necesitan invernaderos”, indica, agregando que por lo general se venden las semillas y los fertilizantes en un paquete en que va todo junto.
Aina Riera señala que las plantas híbridas también son más vulnerables a las plagas y los fenómenos climáticos; además con frecuencia no tienen gusto a nada. La joven científica quiere que los campesinos tomen conciencia de los tesoros que albergan en sus antiguos huertos: plantas que han crecido de semillas tradicionales. “Los campesinos han ido seleccionando las mejores plantas, los mejores frutos, y por eso son variedades con más capacidad de adaptación a cambios bruscos”, explica.
Bancos de semillas
Cultivo de arroz en Filipinas.Para que los campesinos puedan tener acceso a las semillas tradicionales y ser independientes de los grandes consorcios del ramo, en diversas partes del mundo se están fundando asociaciones. La de Mallorca es sólo una de ellas. También en Senegal se ha formado una asociación de campesinos que, con respaldo de la agrupación alemana “Mundo Solidario”, ha creado un pequeño banco de semillas.
Lamine Biaye explica cómo funciona: “En el año 2003 comenzamos a hacer listados de todas las semillas tradicionales de nuestra comunidad. Así surgió nuestro banco de semillas. Pero me gustaría más hablar de depósitos. Nuestro banco de semillas está constituido por los depósitos que tienen las familias en sus propias granjas. A cada campesino que se dirige a nosotros le entregamos las semillas que desea y la información sobre cómo cultivarlas. Los campesinos no tienen que pagar nada. ¡Y eso representa un gran ahorro! Hay que ver lo que gastábamos antes para comprar semillas híbridas de maíz…. Ahora, el campesino devuelve el año de la cosecha la cantidad de semillas que se le prestó.”
Amenaza para la seguridad alimentaria
Por esta vía, los campesinos de Senegal han redescubierto muchas plantas que casi se habían extinguido debido al uso de semillas híbridas. Pero los grandes consorcios no ven con buenos ojos a estas asociaciones, ya que hacen su negocio con grandes cantidades de pocas variedades y con un abanico de productos adicionales como abonos, pesticidas y herbicidas.
Protesta de Greenpeace contra la manipulación genética de productos agrícolas, en 2003.
Antiguamente existían más de 7.000 empresas independientes que vendían semillas. En la actualidad, diez grupos económicos controlan casi dos tercios del mercado global. E intentan desde hace años patentar también variedades vegetales cultivadas tradicionalmente para, en la práctica, excluirlas del cultivo común de los campesinos. Por eso, muchas organizaciones de ayuda al desarrollo advierten contra el derecho a patentar plantas y razas de animales. Tales patentes no sólo acelerarían la extinción de variedades de flora y fauna, si no que tendrían también nefastas consecuencias para la seguridad alimentaria.
Autora: Stephanie Eichler /Emilia Rojas
Editor: Pablo Kummetz
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