En las conversaciones de paz en el Medio Oriente, un Netanyahu cambiado - Periódico EL Pais

En las conversaciones de paz en el Medio Oriente, un Netanyahu cambiado

Por Aluf Benn
Domingo, 5 de septiembre de 2010

Generalmente se le describe como un hombre de línea dura, un ideólogo desesperado que lleva la carga de un legado de declaraciones cáusticas y está encadenado a una coalición notoriamente conservadora. Pero, contrariamente a lo que se piensa, el Primer Ministro Binyamin Netanyahu está demostrando ser el líder más pro-paz que ha tenido Israel en muchos años, un líder que está haciendo uso de la fuerza militar en forma cautelosa y está buscando, por fin, una solución diplomática al conflicto israelo-palestino. «Vine hoy aquí para encontrar un compromiso histórico que permita a nuestros dos pueblos vivir en paz y seguridad y en forma digna,» dijo la semana pasada en la cumbre de paz en el Medio Oriente realizada en la Casa Blanca. Estas son palabras que la mayoría de los israelíes nunca pensó que escucharía a «Bibi» pronunciar.

En efecto en una de las evoluciones políticas más intrigantes de la historia reciente, Netanyahu está empezando a parecerse mucho a otro líder de línea dura que finalmente se comprometió con sus viejos adversarios: Richard Nixon, en ocasión de su visita a China.

Al igual que Nixon, Netanyahu ha logrado un regreso político, retornando al poder una década después de haber perdido una reelección. En gran medida, como Nixon era la imagen del anticomunismo, Netanyahu se ha montado en la ola del contraterrorismo. Como Nixon, ha luchado contra liberales y pacifistas a lo largo de su carrera, y ha saboreado el antagonismo de los medios de comunicación a los que considera hostiles e izquierdistas.

Como diplomático y comentarista de televisión, Netanyahu se hizo famoso defendiendo a Israel en la arena de la opinión pública mundial. Durante años combatió cualquier solución de dos estados al conflicto israelo palestino que se basara en el canje de territorios por paz, sosteniendo que las concesiones territoriales por parte de Israel sólo traerían violencia y miseria. Una y otra vez, cuando las retiradas israelíes de territorios ocupados eran seguidas de ataques terroristas suicidas y disparo de cohetes desde Gaza, Cisjordania y Líbano, demostró tener la razón. El año pasado, el público israelí lo premió devolviéndolo al poder.

Y ahí es donde cambia la historia. Después de reingresar al despacho del Primer Ministro en la primavera pasada, Bibi cambió de opinión. El hombre que había pasado su vida coreando la consigna «No, no a la OLP», y explicando por qué un estado palestino significaría el final del estado judío, ha empezado a canturrear la antigua mantra de la izquierda israelí: «Dos estados para dos pueblos». El abanderado del conservadurismo israelí se ha subido al carro de la paz. De todas las imágenes inverosímiles, el mejor ejemplo es Nixon estrechando la mano de Mao Zedong en 1972.

Hace diez meses, Netanyahu me dijo en una entrevista telefónica para Haaretz, el diario israelí liberal del cual soy columnista y editor: «Quiero promover un acuerdo de paz con los palestinos. Yo puedo lograr un acuerdo». Escribí después que le creía, y eso bastó para recibir los comentarios burlones de muchos lectores que me calificaron de ingenuo. Pero no he cambiado de opinión — y tampoco Netanyahu lo ha hecho. La cumbre de la semana pasada en Washington fue en gran parte idea suya: Él fue quien insistió en conversaciones directas, ganándole la partida al Presidente palestino Mahmoud Abbas, que había aceptado «conversaciones de acercamiento» indirectas.

Tanto en sus palabras como en sus acciones desde que asumiera el poder hace un año y medio, Netanyahu parece haber renacido como un líder moderado y sensato. Sus respuestas a los ataques desde el otro lado de la frontera de Gaza y el Líbano han sido calibradas para evitar una escalada. En noviembre, impuso un moratorio de 10 meses en la expansión de los asentamientos judíos en Cisjordania. Y a pesar de su profundo desacuerdo con Abbas respecto a temas generales, la seguridad israelí y la cooperación económica con la Autoridad Palestina de Abbas son más fuertes que nunca. Cuando terroristas palestinos atacaron durante la cumbre en Washington asesinando a cuatro israelíes en Cisjordania y dejando heridos a dos, Netanyahu no sonó como el Bibi de antes. «No permitiré que los terroristas bloqueen nuestro camino a la paz,» dijo.

¿Qué llevó a Netanyahu a repensar su antigua ideología? Desde luego, no pasó por una revelación izquierdista de la mediana edad, así como tampoco a Nixon le ocurrió. Por el contrario, sucumbió a la presión estadounidense y esto, también, habla a favor suyo. El arte de gobernar requiere leer correctamente las relaciones de poder, y actuar consecuentemente.

Líderes israelíes de derecha en el pasado pasaron por vuelcos similares. Menajem Begin devolvió todo el Sinaí a Egipto tan sólo algunas semanas después de haber prometido retirarse, después de su jubilación, a un asentamiento israelí allí. Ariel Sharón demolió los asentamientos en Gaza poco después de haber declarado que eran tan importantes como Tel Aviv. Itzjak Shamir, el más duro de ellos, dejó de lado sus convicciones para asistir a la Conferencia de Paz en Madrid en 1991. De todos estos líderes se dijo que «consideraron la realidad» — lo cual, en la jerga política israelí es un eufemismo para «dependencia de Estados Unidos».

Sin ningún rival interno serio, Netanyahu sabe que es el líder israelí más fuerte de la generación. No obstante, si mira hacia afuera, ve por sobre todo problemas: su país está aún más aislado de una comunidad internacional que cada vez rechaza más la ocupación por parte de Israel de los territorios palestinos, sus asentamientos y su uso excesivo de la fuerza. A la vez, está profundamente preocupado por la búsqueda de armas nucleares por parte de Irán, junto a lo que él describe como el esfuerzo iraní de «deslegitimar» al estado judío. Él ve que la mera existencia de Israel es lo que está en juego, y no su política controvertida.

Por lo tanto, quiere que el Presidente Obama ayude a neutralizar la amenaza iraní — y entiende que el precio de Obama por dicha ayuda serán concesiones israelíes Cisjordania. Y así, a medida que Obama endurece su posición respecto a Irán y amplía la cooperación de seguridad con Israel, Netanyahu ablanda su posición frente a los palestinos.

Nixon puso a un lado su desagrado hacia los comunistas chinos porque temía aún más a la Unión Soviética. Netanyahu, efectivamente, está dando prioridad a las instalaciones iraníes en Natanz por encima de los asentamientos.

¿Cuán lejos puede llevar este quid pro quo al proceso de paz? Ciertamente, aún hay grandes brechas, aparentemente infranqueables, entre Netanyahu y Abbas sobre temas clave — incluyendo Jerusalén y los refugiados palestinos — y los opositores a un acuerdo son poderosos y violentos, como lo demostraran los ataques de la semana pasada.

No obstante, la constelación política apoya un acuerdo israelo-palestino como nunca antes. Los dos intentos anteriores de alcanzar un acuerdo final, en el 2000 y en el 2008, tropezaron con un liderazgo saliente en Jerusalén y en Washington. Éste no es el caso con Netanyahu y Obama hoy en día.
El Nixon de antes de Watergate, con su dura postura y su aguda comprensión de las realidades políticas, consiguió una visita a China que un político con menos credenciales anticomunistas no hubiera intentado. Por razones similares, Netanyahu puede estar mejor posicionado para lograr un acuerdo sobre un estado palestino que cualquier antecesor o sucesor probable.

Después de todo, al público israelí le encanta cuando un derechista interpreta un guión de izquierda — igual como al público estadounidense le gustó que Nixon visitara a Mao y lo premió con la reelección.

aluf@haaretz.co.il  
Aluf Benn es editor general de Haaretz

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