Por Fidel López Eguizábal
Catedrático Universidad Francisco Gavidia
“En El Salvador, esta historia le puede suceder a cualquier joven que no se percate de las
trampas que la vida tiene. Mejor que indague primero, antes de cometer el error de sus vida”.
En la urbe del Gran San Salvador, todos desean una oportunidad, más, si se vive en
condiciones precarias. En la vida, los seres humanos desean ser felices, para ello hay que saber
vivir y tener las oportunidades necesarias.
Karla con 17 años de edad, vivía con su mamá y dos hermanos menores, todos estudiaban en
el mismo centro escolar, ubicado cerca del penal conocido como “Mariona”. No les quedaba
de otra, era el más cercano. La delincuencia y la zozobra reinaban en ese lugar.
El padre de Karla los había abandonado, se fue ilegal para Estados Unidos. Nunca se supo más
de él. La madre de Karla era pobre, a duras penas lograba salir adelante con los gastos
familiares; tenía un puesto de venta de plásticos en el mercado Central. Los hijos tenían que
quedarse solos durante la tarde. La mamá de ellos prefería que se fueran mejor a la casa,
después de estudiar, y no estuviesen en el mercado. Solamente Karla le ayudaba.
Karla, era una joven hermosa, piel morena, alta, delgada y un cuerpo bastante perfecto, el cual
escondía sigilosamente en su ropa holgada; no le gustaba vestirse con escotes pronunciados y
blujean ajustados. Le gustaba ir a la iglesia Católica, la cual estaba ubicada cerca de la colonia.
Vivían en una comunidad. Las enseñanzas en la iglesia, le habían enseñado a nunca rendirse en
la vida, y aprender valores. Deseaba ser una mujer de respeto.
Su sueño era tener su primer empleo. El estudio tenía que esperar. La hoja de vida de Karla,
estaba comprimida, apenas había llenado la mitad de la página, había adjuntado el título de
bachiller y un curso de computación. Suficiente para trabajar de lo que sea.
Karla se vistió con una falda negra, le quedaba corta, un poco arriba de la rodilla, blusa blanca,
chaqueta negra, zapatos cerrados color negro y medias. Se veía hermosa, su espectacular
cuerpo y elegancia, le ayudaban mucho.
“¡Ya me voy a buscar trabajo mamá, me da la bendición por favor!”. La madre le contestó: “¡Si
hija, que Dios le acompañe, en el nombre del Padre, del Hijo y Espíritu Santo…!”.
Esa mañana de lunes, llevaba en sus manos la hoja de vida, tomó la “ruta 6”, una ruta bastante
peligrosa. Iba con la moral alta; su supuesto primer trabajo le esperaba. En el periódico leyó
que necesitaban en un restaurante de comida rápida a meseras. Llegó la hora de la entrevista,
le preguntaron si deseaba trabajar de mesera y dijo que sí. Espero y espero, nunca le
llamaron…
En la única universidad privada en el país, Universidad de El Salvador, Karla no quedó elegida.
Fueron 25,000 los que deseaban estar en ese centro de estudio, ella era la número 23,002.
Realizó el examen de admisión con los deseos de estudiar Periodismo. No tuvo ni si quiera la
oportunidad de ir a la segunda oportunidad. Su nota fue baja, así como la que había tenido en
la PAES.
El centro de estudio público en donde estudió desde primer grado, carecía de profesores
capacitados, solo existía un centro de cómputo con tres computadoras, las demás estaban en
reparación. Los 146 alumnos inscritos, no daban abasto. Siempre estudiaba, pero, cuidar a sus
dos hermanos pequeños, le quitaba tiempo. El ayudarle a su madre le quitaba mucho tiempo.
El trabajo en el mercado, los estudios y cuidar a sus dos hermanos, era su vida.
Los días pasaban, una noticia grave vendría en camino. Una mano siniestra incendió una
sección del mercado, todos los productos de plástico que vendía su mamá se quemaron. El
calvario se hizo más grande en ese hogar. Se habían quedado sin nada. “Dios, y ahora qué
haremos”, susurró llorando desesperada la madre de Karla.
Vivian en casa alquilada. El señor de bienes raíces llegaba siempre puntual a cobrar los setenta
dólares de alquiler. Donde habitaban, era una casa muy pequeña, pero justo para vivir.
La joven bachiller y su familia estaban afligidos. Se habían quedado en la calle, más con la
preocupación de no tener para pagar el alquiler. “No se preocupe mamá, ya verá que
conseguiré mi primer empleo…”
A los días, la oportunidad de su vida tocó la puerta. Esa mañana de lunes, leyó el periódico “Se
necesitan señoritas edecanes, trescientos dólares la semana”. “Es buena paga” dijo Karla. La
noche anterior había dejado la ropa lista para ir a buscar su primer trabajo. Tenía la certeza
que ser bonita y tener un cuerpo moldeado, le agenciarán la oportunidad laboral.
La entrevista la haría en un centro comercial, llegó vestida como edecán, según decía el
anuncio del periódico. Karla, se sentó en una banca del centro comercial, a la media hora, llegó
un señor con traje, bien vestido, con apariencia de buena persona. Se sentó a la par de ella y le
explicó el trabajo de edecán.
Le dijo que la oportunidad de trabajo iniciaría con una presentación de un producto de belleza
en una casa, en la colonia Escalón. Karla, con la mirada llena de entusiasmo, se alegró y se
subió a la camioneta, la cual tenía un rótulo que decía “Edecanes”. Eso le hizo sentirse segura.
Iba pensando que sería su primer trabajo formal…
Llegó a la casa, y al entrar, ella esperaba ver a otras personas, y con ambiente de inauguración;
sin embargo, la sorpresa era otra.
Un señor de sesenta años aproximadamente, estaba sentado en la sala de la casa. Alto y
fornido con mirada de pervertido. Karla preguntó “¿Quién es usted?”. El hombre, rápido la vio
de pie a cabeza y le respondió “¡Soy tu cliente!”, “¿Mi cliente…?”, manifestó la afligida
señorita.
El hombre cerró la puerta, el contacto se había marchado. El cliente le inyectó rápidamente
con una jeringa en su espalda, un líquido que la aturdió. Karla estaba endrogada, gritaba y
gritaba, pero nadie la escuchaba. Era una casa tan grande que sus gritos se encerraban. El
hombre la desvistió y prosiguió a violarla…
A los tres días, camino a Santa Ana, cerca de Santa Tecla, Karla yacía muerta, estaba tirada en
una bolsa negra en el pavimento. Unos perros callejeros descubrieron su cuerpo…
El sueño de la joven era sacar de la pobreza a su familia. El engaño de un trabajo con buena
paga le había cegado su vida. Karla fue un caso más.
Muchos jóvenes caen en el juego del anuncio de ganar mucho dinero, sin saber la propia
realidad. Le puede pasar a cualquier persona.