Por Fidel López Eguizábal
En esas mansiones, los habitantes viven en la burbuja de la intimidad. Nadie les observa, nada
más se escucha salir del portón automático la camioneta Prado, cuando van a su rancho de
playa.
Los hijos estudian en colegio bilingüe, quizá, puedan ir a estudiar al extranjero cuando se
gradúen. Eso dependerá de sus notas.
Su vida nocturna es ir a las discotecas, ingieren cervezas finas marca Beck´s o de otra, menos
que sea una salvadoreña. Quizá se crucen con una Cadejo. En ningún momento probarán una
Pilsener, ni mucho menos una Regia. Esas son para la gente bajera.
Cuando entran a la discoteca, no se sorprenden al ver a las mujeres jóvenes bailando entre
ellas. El DJ pone a Pitbull. Una chica está bien embriagada, baila sola enfrente de un espejo. Se
imagina que está bailando con un hombre, expele hormonas y está empapada en sudor.
Parece que está haciendo el sexo. Por lo menos está vestida.
El que sirve en el bar, nada más se pone a reír. Sabe que esa borracha, volverá por el último
mojito cubano. Amanecerán en algún lugar del volcán, en esa casona del amigo, la piscina
tendrá vómito a su alrededor. Más de alguna quedará embarazada…
En la casona, los envases de cervezas y algunas jeringas, las recogerá la muchacha, quien ha
emigrado a la ciudad; ya que, en la finca el patrón ya no invierte. Hay pobreza y es necesario
venirse al Gran San Salvador, en donde más de alguna oportunidad laboral se encuentra.
Mientras tanto, en las colonias populosas, vive todo tipo de gente, entre universitarios y
familias que desean progresar. También algunos rateros; no son de cuello blanco, esos viven
allá arriba. Una niña está siendo violada, todos los vendedores pasan, los testigos de Jehová
entran a cada rato. Deberían de ir también a esas mansiones.
El vecino que se está convirtiendo en vago, es un futuro antisocial, pone música a todo
volumen de reggaetón y perreo. Típica de esos lugares. Con el billete de las remesas, han
logrado comprar un equipo de sonido muy grande, apto para que suene la rola “Kinto Sol” de
Mi Cuadra. El olor a marihuana se esparce, y los niños preguntan si es cigarro u otra cosa.
—Apague esa música— le dice la abuela.
—A la puta, quiere que escuche esa su música religiosa— le contesta el joven de 16 años.
Mejor agarra su gorra, se la pone en la cabeza y se va, no se sabe para dónde es su destino…
La anciana se queda tranquila escuchando a Jesús Adrián Romero.
En el basurero de la colonia, unos chuchos aguacateros buscan entre la basura, un niño que
también busca entre las bosas, los espanta.
Una perra en brama, hace que todos los perros de la colonia inicien un canto al unísono. Aúllan
desesperados queriendo que su dueño les liberen para ver si tienen la oportunidad de
alcanzarla.
Los centros comerciales pululan de gente, no se quieren ir. Ahogan en esa amplitud la
incomodidad de su casa. La famosa casita que parece «caja de fósforos», les hace sentirse
presos; les hace sentirse histéricos. Hay demasiados viviendo en esos escasos metros
cuadrados. Se quedan hasta anochecer, hasta que pase la última Coaster.
En la colonia, la sirena de la policía se escucha, es hora de encerrarse y orar. Se escuchan
disparos pummm, pummm…mañana amanecerá la cinta amarilla, anunciará que alguien yace
con muchos agujeros en su cuerpo y ensangrentado, provocados por las balas.