Dr. F. Perry Wilson
Todos los días, mil millones de personas en este planeta ingieren una sustancia psicoactiva concreta. Esta sustancia química tiene efectos fisiológicos bastante profundos: aumenta los niveles de óxido nítrico en la sangre, produce vasodilatación y, por supuesto, te hace sentir más despierto. La sustancia se presenta en muchas formas, pero casi siempre en un medio líquido. ¿Ya la adivinaron? Pues sí, se trata de la cafeína, muy posiblemente la droga recreativa más saludable que se haya descubierto.[1]
Puede que se deba a que crecí en Nueva Inglaterra, pero cuando se trata de estilo de vida y salud, una de las reglas que he interiorizado es que las cosas que son placenteras suelen ser malas para la salud. Lo sé, lo sé, a algunos de ustedes les encanta hacer ejercicio, a otros les encanta resolver crucigramas, pero ya me entienden, me refiero a las papas fritas, las carnes ahumadas, las drogas, el tabaco, el alcohol, los maratones de Firefly. Ustedes desconfiarían si apareciera un estudio que planteara que comer helado en la cama reduce el riesgo de infarto, y yo también lo haría. Por eso siempre estoy a la búsqueda de esas singularidades de los factores del estilo de vida, esas cosas raras que ustedes quieren hacer y que además son buenas para su salud.
Hasta ahora, los datos son sólidos en tres aspectos: el sueño, la actividad sexual (segura) y el café. No se pierdan los artículos sobre los dos primeros. Hoy estamos preparando algunas ideas más profundas sobre el poder del café.
Me he inspirado para escribir este texto en un artículo publicado en Journal of Clinical Endocrinology and Metabolism (JCEM) sobre consumo de café, té y cafeína y sus riesgos cardiometabólicos.[1] Puede que este sea el estudio más exhaustivo hasta la fecha en ir más allá de las simples asociaciones entre el consumo de cafeína y los resultados, pues trata de responder a la pregunta de cómo esta sustancia milagrosa hace lo que hace.
Este no es el primer estudio que plantea que el consumo de café puede ser beneficioso. Un metanálisis de 2013 resumió los resultados de 36 estudios con más de un millón de participantes y halló una relación en forma de U entre el consumo de café y el riesgo cardiovascular. El punto óptimo se situaba entre 3 y 5 tazas al día; las personas que tomaban esa cantidad de café presentaban una reducción del riesgo de enfermedad cardiovascular de alrededor de 15 %, en comparación con los no bebedores.[2]
Pero he aquí la cuestión. El café contiene cafeína, aunque es mucho más que eso. Es una bebida con diversas sustancias químicas y compuestos, fenoles y ácidos clorogénicos. Y, por supuesto, se puede obtener cafeína de fuentes que no son café, sustancias naturales, como el té, y otras decididamente no naturales, como las bebidas energéticas. ¿Cómo saber dónde reside realmente el beneficio?
El estudio de Journal of Clinical Endocrinology and Metabolism aprovechó el impresionante conjunto de datos del UK Biobank para averiguarlo. El Biobank reclutó a más de medio millón de personas del Reino Unido, entre 2006 y 2010, y recopiló una gran cantidad de datos de cada una de ellas: encuestas, muestras de sangre, datos biométricos, imágenes médicas… todo. Luego siguieron la evolución médica de esas personas en el curso del tiempo. Es un recurso asombroso.
Pero para los fines de este estudio, lo que hay que saber es que algo menos de 200.000 de esos participantes cumplían los criterios clave: no tener enfermedades cardiovasculares al inicio del estudio; haber completado una encuesta detallada sobre su consumo de café, té y otras bebidas con cafeína; y contar con un seguimiento adecuado. Un subconjunto de ese número, algo menos de 100.000, tenía datos metabolómicos, que es donde este estudio se vuelve realmente interesante.
Profundizaremos en el metaboloma dentro de un momento, pero primero hablemos del hallazgo principal, la relación entre el café, el té o la cafeína y las enfermedades cardiovasculares. Para ello, tenemos que reconocer que las personas que beben mucho café son diferentes de las que no lo hacen y es posible que esas diferencias, y no el café en sí, sean las beneficiosas.
¿Cuáles eran esas diferencias? Las personas que bebían más café tendían a ser un poco mayores, tenían menos probabilidades de ser mujeres y eran ligeramente más propensas a practicar alguna actividad física. Comían menos carne procesada, pero también menos verduras. Algunos de estos factores, como ser mujer, suelen proteger contra las enfermedades cardiovasculares, pero otros, como la edad, definitivamente no. El equipo autoral ajustó estos y otros muchos factores, como la ingesta de alcohol, el índice de masa corporal, la función renal y muchos otros, para tratar de disociar el efecto de ser el tipo de persona que bebe mucho café del de beber mucho café en sí.
Estos son los resultados del modelo totalmente ajustado. En comparación con los no consumidores, se puede ver que las personas en el rango más alto de ingesta de café, té o solo cafeína tenían casi 40 % de reducción de enfermedades cardiovasculares en el seguimiento.
Si observan el beneficio en todo el espectro de la ingesta, verán de nuevo esa curva en forma de U, que indica que el punto óptimo para el consumo diario puede encontrarse en torno a las tres tazas de café o té (o 250 mg de cafeína). Una bebida energética estándar contiene unos 120 mg de cafeína.
Pero si esto es cierto, sería bueno saber por qué. Para averiguarlo, el equipo autoral recurrió al metaboloma. La idea es que el cuerpo está constantemente degradando sustancias, tomando todas las proteínas, sustancias químicas y compuestos que ingerimos y convirtiéndolos en metabolitos. Mediante técnicas de medición avanzadas, las y los investigadores pueden medir cientos o incluso miles de metabolitos a partir de una sola muestra de sangre. Obviamente, aportan información sobre los alimentos y bebidas que ingerimos, pero lo realmente interesante es que algunos metabolitos se asocian a una mejor salud y otros a una peor.
En este estudio, el grupo de investigación midió 168 metabolitos individuales. Ochenta de ellos, casi la mitad, se alteraron significativamente en las personas que bebían más café.
La figura a continuación resume los resultados y sí, es demasiado complicado:
Pero he aquí cómo interpretarlo. El anillo interior muestra cómo determinados metabolitos se asocian con las enfermedades cardiovasculares. Los anillos exteriores muestran cómo esos metabolitos se asocian con el café, el té o la cafeína. Lo interesante es que las secciones del anillo (anillos exteriores y anillos interiores) son de colores muy diferentes.
Como se puede ver aquí:
Lo que está representado es un efecto bastante profundo que la ingesta de café, té o cafeína tiene sobre los metabolitos de las lipoproteínas de muy baja densidad (VLDL), es decir, el «colesterol malo». Las bebidas lo reducen y, por supuesto, unos niveles más altos ocasionan enfermedades cardiovasculares. Esto significa que se trata de una posible vía causal entre el consumo de café y la protección del corazón.
Y no es la única.
Se observa una relación similar con los ácidos grasos saturados. Los niveles más altos provocan enfermedades cardiovasculares y el consumo de café los reduce. Lo contrario también funciona: los niveles más bajos de histidina (un aminoácido) aumentan el riesgo cardiovascular y el café parece elevarlos.
¿Es demasiado bueno para ser verdad? Es difícil saberlo. Los datos sobre los beneficios del café han sido notablemente coherentes. Aun así, no sería un buen médico si no mencionara que, evidentemente, hay una diferencia entre una taza de café solo y un frappuccino venti de caramelo.
No obstante, el café sigue estando firmemente en mi santa trinidad de cosas agradables que, por la razón que sea, siguen siendo buenas para la salud. Así que, cuando se tomen esa segunda o tercera, o quizá cuarta, taza del día, pueden tomárselo en serio.
El Dr. F. Perry Wilson, M. S.C. E., (@fperrywilson) es profesor asociado de medicina y director del Acelerador de Investigación Clínica y Traslacional de Yale. Su trabajo de comunicación científica puede encontrarse en el Huffington Post, en NPR y aquí en Medscape. Su nuevo libro, How Medicine Works and When It Doesn’t, ya está disponible.