Por Fidel Arturo López Eguizábal
Nota: si usted no es salvadoreño, no le entenderá, encontrará un vocabulario
técnico utilizado por los indios cuscatlecos. Creo que es la segunda parte que
escribo sobre los salvadoreños. No soy Facundo Cabral ni Roque Dalton, nada
más soy un salvadoreño que conoce a los salvadoreños.
El salvadoreño nunca se rinde, siempre busca la solución a un problema.
El salvadoreño siempre busca amigos para poder salir adelante. A veces, hasta
le mete el cuchillo por la espalda al mejor amigo; lo que le interesa es salir de
su apuro.
El salvadoreño siempre anda acabado, pero eso no le hace infeliz.
El salvadoreño siempre logra cumplir el objetivo, aunque haya dejado en
bancarrota hasta a su propia madre.
El salvadoreño se reconoce en todo el mundo, es metido, intrépido, mentiroso,
sabelotodo, y quiere siempre ganar, aunque sabe que, en ocasiones no lo
logrará.
El salvadoreño se “encachimba” rápido, pero luego, está contento.
El salvadoreño puro se reconoce diciendo malas palabras: «qué pasó maje»,
«qué putas te habías hecho», «que cabrón está el calor». En sí, el salvadoreño
es mal hablado por naturaleza, lo aprendió en su casa (con sus padres y
abuelos), con los vecinos, en los medios de comunicación, en la escuela y
hasta en la iglesia.
El salvadoreño es “rebúsquero”, está en asiento VIP en un concierto, aunque
se haya quedado sin nada en sus bolsas. O si no, se lo ganó en Facebook con
alguna trivia.
El salvadoreño no se detiene ante nada, aunque haya trabazones,
manifestaciones, toques de queda, guerras y hasta terremotos; siempre sale
adelante.
El salvadoreño es deportista sin practicar deporte, en los “chupaderos” quiere
ganar la apuesta de quién es el que toma más cervezas.
El salvadoreño es mujeriego y se jacta de contar cuántas ha tenido en su vida.
El salvadoreño puro ayuda a los que siempre le piden ayuda; si no lo tiene,
hace el intento y hasta lo imposible para quedar bien.
El salvadoreño, el que es feo, siempre luce en el centro comercial o en la playa
a la mejor cipota. Simplemente tiene “labia”.
El salvadoreño, el que es bonito, no le sale nada por ser arrogante. Se queda
con las ganas de tener la suerte y las pajas del feo.
El salvadoreño compra el libro por plante, pero no lo termina de leer. Mejor
revisa las redes sociales.
El salvadoreño que se queda sin trabajo, se sube a los buses a pedir, no le dá
pena. Prefiere decir “mejor pido y no robo, para mientras me sale la chamba”.
El salvadoreño es “gastón”, siempre está en algún “food court” o en esos
lugares en donde venden pizza y hamburguesas.
El salvadoreño se cree gringo, el que trabaja en el “call center”, siempre está
en un restaurante de comida rápida hablando en inglés, se la pica.
El salvadoreño le miente a medio mundo, pero al final resuelve los problemas.
Le dice al cobrador “la siguiente semana”; le dice a la mamá “volveré luego y
llega a las tres de la madrugada”.
El salvadoreño le gusta siempre tener el mejor celular, aunque no tenga saldo y
se quede sin el sueldo completo.
El salvadoreño les hace “scanner” a las mujeres, se la come viva, la observa de
pie a cabeza, le hace el amor con los ojos y con el pensamiento. Ella mejor se
hace la desentendida.
El salvadoreño dice ser amigo de todo el mundo, de tener cuello y hasta lucir
las fotos en las redes sociales, en especial, en Facebook que es amigo hasta
del presidente.
El salvadoreño es “survivor”, puede pasar días sin comer. No se muere,
siempre sale de su casa a ver qué encuentra, come hasta de la basura y no se
muere.
El salvadoreño para conquistar a la bicha de pisto, le dice al amigo burgués
que le preste la hacienda; así podrá conquistar a la bicha.
El salvadoreño no es puro, no tiene nada de raza, está cruzado; hay cheles,
negros, morenos chinos, trompudos, altos, bajos. Que alguien se deje de paja
que tiene sangre azul o “pedegrí”.
El salvadoreño tiene todo gratis: todos los cables de televisión, wifi, internet,
etcétera.
El salvadoreño puede vivir pobre y es feliz, siempre se las rebuscará o venderá
algo para comprar las tortillas.
Otra vez, “el salvadoreño es mentiroso” por naturaleza, le dice al familiar que
está en el extranjero que está enfermo para que le mande billetes y, es capaz
de conseguir una constancia médica con chikungunya.
El salvadoreño es pleitisto, a veces “pendejo”; vota por el que no le apoya y, el
que le pudo apoyar, lo ignora. Al final, se hace amigo de todos los políticos, es
vivo, no maje; lo que le interesa es estar al lado de las tortillas.
El salvadoreño es feliz con el presidente que tiene. Cuando está de malas
pulgas, mancha paredes, protesta, escribe insultos y groserías en las redes
sociales, pero no cambia a su presidente.
Si hay paro de buses, toma sus chancletas, tenis y ¡a caminar se ha dicho! No
importa esté cayendo un “talego” de agua. La escuela o el trabajo le esperan,
nada lo detiene, ni las balas. Si es necesario ir colgado como mono en los
camiones o en los buses, eso no le importará. A veces hasta personas
“trajeadas” van colgadas; la cosa es no “ahuevarse”.
El salvadoreño nacido en otro país, tiene en su sangre todo lo anterior, si se la
pica, pues, que se cambie el color de piel. A no ser que se haya cruzado con
un ario…pero siempre, por los poros se le saldrá lo salvadoreño, ¡de eso no
hay duda!
Ah, se me olvidaba!!! el salvadoreño nacido en otro país, y los padres no le
enseñen español, mejor que no intente venir a tierras cuscatlecas,
simplemente caerá mal.