Las guerras siempre tienen importantes implicaciones en enfermedades infecciosas; en algunos casos las muertes de soldados causadas por infecciones han superado aquellas por heridas en las batallas. Durante la guerra de Crimea (1854 a 1856) 34.000 soldados murieron en acción, 26.000 por heridas y 130.000 de enfermedades infecciosas, entre estas, cólera y tifoidea.[1]
Asimismo, se calcula que en la guerra civil estadounidense hasta dos terceras partes de las muertes de los soldados (aproximadamente 660.000) fueron debidas a neumonía, tifoidea, disentería y malaria; se cree que esta alta mortalidad fue una de las causas por las que la guerra se extendió dos años más, por lo que a las enfermedades infecciosas se les conoció como «el tercer ejército».[2]
Durante la primera y segunda guerras mundiales las enfermedades infecciosas en los ejércitos disminuyeron, probablemente debido al desarrollo de la microbiología, los antibióticos y las vacunas.
Aunque vivimos en una época con diferente desarrollo tecnológico, la transmisión de enfermedades infecciosas puede ocurrir de forma muy acelerada debido a las condiciones y los retos en los que se llevan a cabo los combates entre diferentes países. En este momento Ucrania y Rusia están en guerra; durante la pandemia de COVID-19, antes del inicio de la guerra, Ucrania reportaba aproximadamente 26.000 casos diarios y solo 35% de su población estaba completamente vacunada contra la enfermedad y en este momento se desconoce el verdadero número de casos activos que existe.[3]
La vacunación contra la COVID-19 no es la única preocupación; previamente se ha documentado que las guerras retrasan los esquemas de vacunación de los niños, lo cual pone en riesgo de nuevos brotes de poliomielitis y sarampión, por lo que el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC) ha solicitado a los países que reciban refugiados de Ucrania, darles continuidad de forma prioritaria a completar estos esquemas de vacunación para tratar de evitar futuros brotes infecciosos.
Otro factor importante es que Ucrania se encontraba entre uno de los países europeos con mayor prevalencia de infección por virus de inmunodeficiencia humana y tuberculosis. Naciones Unidas ha advertido que Ucrania tiene menos de un mes de suministro de antirretrovirales; adicionalmente, es muy preocupante que siendo Ucrania uno de los países con tasas más altas de tuberculosis multirresistente, la atención de estos pacientes se vea interrumpida, lo que irremediablemente llevará a un aumento en la transmisión de esta grave y mortal infección.[3]
Asimismo, es importante recordar que el acceso limitado a agua potable y alimentos limpios se asocia irremediablemente a brotes de disentería y cuadros de diarrea infecciosa; durante las últimas semanas, en Ucrania se ha reportado que miles de civiles están atrapados en diferentes ciudades, como Mariupol, sin acceso a agua potable, electricidad o gas. Sin duda una situación que amenaza la salud y la vida de las personas.
Las guerras causan interrupción en los servicios de salud, poco acceso a fármacos, incluyendo antimicrobianos, escaso acceso a agua potable y hacinamiento. Todos estos factores contribuyen al surgimiento de fuertes brotes infecciosos. Desafortunadamente la guerra en Ucrania no será la excepción; el apoyo humanitario será decisivo en el curso de los brotes infecciosos y la mitigación de estos.