Por Carmen Menéndez & Yuliyan Stoyanov
Gaziantep, sureste de Turquía. Es de noche, pero las grúas siguen retirando cascotes de edificios derruidos, con la esperanza, cada vez más frágil, de encontrar a alguien con vida. Ya se ha superado la barrera de los 12 000 muertos por el terremoto del lunes, 9 000 en Turquía y unos 3 000 en Siria. La ONU teme que la cifra final supere los 20 000.
En Nurdagi, una localidad devastada a apenas diez kilómetros del epicentro, las familias empiezan a aceptar lo inaceptable, que es muy probable que sus seres queridos ya no estén vivos.
Serhan ha llegado al lugar donde vivían sus abuelos y primos. «Todos están aún bajo las ruinas. Solo esperamos sus cuerpos, sus cadáveres», dice con tristeza.
«Mi tía y mi prima siguen en algún lugar bajo los edificios -cuenta Samet, otro vecino de Nurdagi-. No tenemos ninguna esperanza. Si las hubiéramos encontrado anoche, habría habido una posibilidad. Pero ahora hace demasiado frío».
Un grupo de mujeres y niños está junto a una hoguera. Llevan en la calle desde el lunes. No les queda nada.
La OMS ha hecho un llamamiento para que se restablezcan cuanto antes los servicios esenciales en Turquía y Siria para evitar una crisis sanitaria que podría tener consecuencias más graves que el propio terremoto.