¿Quién fue el médico que le dio vida a Sherlock Holmes? - Periódico EL Pais

¿Quién fue el médico que le dio vida a Sherlock Holmes?

¿Quién fue el médico que le dio vida a Sherlock Holmes?

Ilustración de Sherlock Holmes para El hombre del labio torcido, dibujado por Sidney Paget y publicado en The Strand Magazine en 1981

Sebastian Schmidt

Sherlock Holmes es un icono, una celebridad. Pero detrás del detective de Baker Street hay un médico escocés al que casi nadie conoce. ¿Quién fue el médico que inspiró tanto a Arthur Conan Doyle con su ojo agudo para el detalle que inventó un detective que se convertiría en el arquetipo del método científico y el arte de la deducción?

Apenas hay un detective tan famoso como Sherlock Holmes. Icónico con su pipa y su sombrero, representa la profesión del detective privado. Incluso hoy en día, hay quienes buscan el consejo de Holmes y envían cartas a Baker Street. Y ello a pesar de que Holmes es un personaje ficticio.

Pero detrás del héroe de las novelas hay un médico especial y no nos referimos al Dr. John H. Watson, su compañero, cohabitante y cronista, ni a su creador, Sir Arthur Conan Doyle. Doyle estudió medicina en Edimburgo y allí conoció al médico cuyos métodos inspirarían el personaje del famoso detective de Baker Street, su nombre: Joseph Bell. Pero ¿quién fue este hombre?

Joseph Bell, un médico con un don mental especial

Joseph Bell nació en 1837 en el seno de una familia de médicos de Edimburgo. Estudió igualmente medicina y se especializó como cirujano tras licenciarse en la Facultad de Medicina de Edimburgo. Impartió cátedra en este campo 40 años después en la Royal Infirmary de Edimburgo, donde un joven estudiante llamado Conan Doyle seguiría sus explicaciones con fascinación. No se conocen con detalle las circunstancias, pero unos meses más tarde Conan Doyle trabajó como ayudante de Bell y pudo estudiar de cerca su obra.

Figura 2. Retrato del Dr. Joseph Bell. Fuente: J.M.E. Saxby

Por encima de todo, los inusuales poderes de observación de Bell y las conclusiones que era capaz de extraer durante sus rondas a la cabecera de los enfermos, en la sala de enseñanza y en la clínica le dieron una reputación especial más allá de los límites de la facultad. Y también fascinaron a Conan Doyle:

«Todo esto me causó una gran impresión. Lo tenía constantemente frente a mí: sus penetrantes ojos grises, su nariz aguileña y sus marcados rasgos. Se sentaba en su silla, juntaba los dedos –era muy hábil con las manos– y miraba al hombre o a la mujer que tenía ante sí. Era muy amable y concienzudo en su trato con los alumnos, un buen amigo de verdad».[1]

El arte de la deducción ayuda al diagnóstico

El propio Bell describió en una ocasión su método (que la mayoría de la gente conoce como deducción por las novelas de Arthur Conan Doyle) del siguiente modo: «Es muy probable que incluso el paciente quede impresionado por su capacidad para poder curarlo en el futuro cuando vea que usted sabe mucho sobre su pasado a primera vista». Podría ser también el famoso detective londinense quien hablase al dar más detalles: «La fisonomía, por ejemplo, ayuda a determinar la nacionalidad, el acento a determinar el distrito y, para un oído entrenado, casi el condado».[1]

La aguda capacidad de observación del médico escocés quedó patente en sus observaciones, en las que señalaba que «casi todos los oficios (…) plasman su manual de signos en las manos» y que, por ejemplo, los mineros, carpinteros, zapateros y sastres pueden distinguirse entre sí por cicatrices y callosidades diferentes. El andar, los tatuajes y los «adornos en la correa del reloj» también podían dar pistas sobre la persona; en estos casos, sobre la profesión, el origen y la riqueza del individuo.[1,2]

En el relato de Conan Doyle en «El signo de los cuatro» suena así: el Dr. Watson observa que Sherlock Holmes tiene un «extraordinario don para los detalles». Holmes responde: «Reconozco su importancia. (…) Se incluye también una ingeniosa ilustración sobre la influencia de las profesiones en la forma de la mano, con litografías de manos de techadores, marineros, talladores de corcho, tipógrafos, tejedores y talladores de diamantes. Se trata de una cuestión de gran interés práctico para el detective científico, sobre todo en casos de cadáveres no identificados o para descubrir los antecedentes de criminales».

Y así, puede decirse que, tanto para el diagnóstico médico del Dr. Bell como para la deducción detectivesca del Holmes de Conan Doyle, los dos consideraban que la observación minuciosa y el enfoque científico y sistemático eran elementales para tener éxito en sus respectivos campos.

O parafraseando al Dr. Bell: «Siga la misma idea de utilizar los sentidos de forma precisa y constante, y verá que muchos casos quirúrgicos portan consigo su historial nacional, social y médico a la consulta cuando el paciente se presenta». Una cosa, sin embargo, era importante para Bell el profesor: «De hecho, hay que enseñarle al alumno a observar».[1,2]

No era Holmes, pero tenía un toque detectivesco

A pesar de todas sus similitudes, hubo algunas personas del círculo del Dr. Bell que intentaron establecer una clara distinción entre el amigo Bell y la figura de Sherlock Holmes, que a menudo se describe como fría, racional y calculadora. Así, Jessie Margaret Saxby, amiga de Bell, traza en la biografía del cirujano el retrato de un hombre para quien la modestia, la humanidad, la generosidad y el idealismo médico eran valores esenciales de su actuación: «Así como había vivido, así murió Joe Bell, valiente, abstraído, tocado por la divinidad… Nunca volveré a ver a alguien como él».[3,4]

No obstante, ejerció como detective. Al igual que su gemelo literario, más de una vez la policía le pidió ayuda cuando se atascaban en sus investigaciones. El escocés también adquirió gran notoriedad porque le pidieron su consejo en el caso de un asesino en serie que cometió espantosos asesinatos de mujeres jóvenes en Whitechapel, Londres, y que llegó a ser conocido como Jack el Destripador.[2]

El Dr. Bell dejó un legado para la medicina y la literatura

Finalmente, en 1911, el Dr. Joseph Bell murió y fue enterrado en el cementerio de Dean, en su ciudad natal. Para entonces ya había dejado huella como cirujano personal de la reina Victoria, fue presidente del Real Colegio de Cirujanos de Edimburgo de 1887 a 1889 y editó Edinburgh Medical Journal durante 23 años.[2] Sin embargo, una carta escrita al Dr. Bell por Conan Doyle en mayo de 1892 muestra que su legado se extendería mucho más allá de la medicina:

«Mi querido Bell, ciertamente le debo Sherlock Holmes a usted, y aunque tengo la ventaja de poder poner [al detective] en todo tipo de situaciones dramáticas, no creo que su trabajo analítico sea en lo más mínimo una exageración de algunos de los resultados que le he visto obtener en la ambulancia. En torno al centro de deducción, inferencia y observación que usted me ha inculcado, he tratado de construir a un hombre que ha llevado la cosa a los extremos –en ocasiones incluso más allá– y me alegro mucho de que el resultado le haya satisfecho a usted, que es el crítico con más derecho a ser severo».[3]

Este contenido fue originalmente publicado en Coliquio, parte de la Red Profesional de Medscape.