Por Fidel Arturo López Eguizábal
“De las realidades salvadoreñas, de los que emigran para ver un mejor futuro para él y sus familiares. De los que tuvieron que dejar a sus familiares para dibujar una sonrisa en ellos. Realidades de los que buscaron un nuevo horizonte, de los que buscaron una mejor vida en todos los aspectos”.
Antes, usted se enojaba porque el finquero mandaba, cultivaba y lo tenía todo. Antes usted se iba toda la temporada a cortar café con su familia para poder ganar unos billetes. Ahora usted vive en otro país y con esfuerzo y mucho trabajo compró esa finca. Ahora usted es el dueño y eso le hace feliz.
Antes, usted se enojaba porque su vecino estudiaba en el Liceo Salvadoreño. Usted tuvo que emigrar para que su último hijo pudiera estudiar en ese ansiado colegio de élite.
Antes, usted tenía que andar colgado de los buses para ir a trabajar. Ahora usted le mandó dinero a su hijo para que comprase un vehículo y fuese a estudiar cómodamente.
Antes, usted se acostaba sin ingerir alimentos, nada más sentía el olor a carne asada que el vecino con mejores condiciones económicas cocinaba. Ahora, usted manda dinero a sus familiares para que ellos vayan al supermercado a llenar la carretilla.
Antes, usted se vestía con ropa usada que compraba en Génesis o adquiría la cachada. Ahora, usted manda dinero a sus familiares para que vayan a los mejores almacenes a comprar lo que deseen.
Antes, cuando viajaba en la 101B, el bus se desviaba por la colonia San Benito y la Escalón. Sus ojos quedaban inquietos al ver las grandes casas. Ahora usted tiene una de esas propiedades. Trabajó veinte años en Estados Unidos día y noche para poder cumplir uno de sus sueños.
Antes, usted iba a bañarse al Majagual, era lo que su presupuesto le ajustaba. Ahora usted hasta ha contratado a un arquitecto para que le diseñe el rancho enfrente de la playa.
Antes, usted tenía que fiar en la tienda para poder subsistir. Rogaba para que el tiendero tuviese corazón. Ahora, usted ni se recuerda del tiendero que se hizo viejo atendiendo en el mismo lugar, escuchando historias y lamentaciones.
Antes, usted se sentaba en las últimas bancas de la iglesia porque le daba pena por no tener ropa adecuada. Ahora, usted se sienta en primer fila y hasta un billete de diez dólares echa en la cesta de la ofrenda.
Antes, usted se molestaba que le dijeran indio, ya que sus padres, tal como la mayoría de salvadoreños estamos mezclados. Ahora, usted les dijo a sus hijos que para no sentir el asedio del racismo, se casasen con personas blancas y de ojos azules. Si eso le hará sentir bien, pues hágalo. Los abuelos de Barack Obama eran de raza aria.
Antes, usted se molestaba porque su madre era la sirvienta de la casona. Ahora, usted cambió las reglas del juego, actualmente tiene hasta dos sirvientas en su casa. Sabe, trátelas bien; ya que usted no sabe si ellas también tienen hijos en el extranjero. La moneda da vueltas.
Sabe, no tire la humildad en el cesto de la basura, mejor cuélguela en lo más alto de su nueva casa. No se olvide que el prójimo lo tiene a su alrededor. Vaya a su pueblo, pero bájese del carro; salude a todo los que le vieron crecer, no sea orgulloso, la ropa y las joyas que tiene puestas, no le anularán su pasado. Dele la mano a todos y, si es posible ayúdele al amigo que actualmente está paupérrimo.