LA SOCIEDAD “LÍQUIDA” Y SU FALSA LIBERTAD - Periódico EL Pais

LA SOCIEDAD “LÍQUIDA” Y SU FALSA LIBERTAD

Toda la vida en la cultura europea-americana actual transcurre en una sociedad fluida, con principios éticos, reglas de conducta y relaciones humanas débiles e inestables. Esta situación, la denominó Zygmunt Bauman, profesor de Sociología en la Universidad de Leeds (1971-1990), como  sociedad líquida.

El término me parece certero. En este tipo de sociedad la gente se mueve como el pez en el agua, libremente, sin obstáculos, unas veces hacia arriba, otras veces hacia abajo, a la derecha o a la izquierda, según se le ocurre,  a veces sin un plan demasiado fijo, solo a donde el poder, el placer o la necesidad les lleve.

Podría objetarse que los peces nunca han sido un símbolo de agudeza intelectual. Muchos, ante un buen anzuelo oculto en un gusano apetitoso, pronto se transforman en pescados. En el lenguaje castellano, al menos en mi juventud universitaria, “estar pez” significaba llegar a un examen con fuerte ignorancia sobre la materia, también el que estaba al margen en alguna cosa podía  ser ridiculizado con un “¡no seas besugo!” y ya “ser un perfecto merluzo” denotaba grave deficiencia mental.

En fin, no creo que convenga actualizar estos modismos insultantes porque los defensores de la dignidad de los animales aumentan, conforme disminuyen los defensores de la dignidad humana. Aunque, según aumentan los humanos-pescados, aumenta también la creencia de que vivimos en una sociedad  de creciente libertad. Bueno, también lo creen los peces que nadan dentro de la amplia red de pesca mientras ésta no se ha cerrado todavía.

Bauman liga esta fluidez sin obstáculos ni barreras al modelo consumista. Puede añadirse también, como características de esta sociedad líquida, su filosofía relativista, donde la verdad ha sido sustituida por la opinión y por el pensamiento políticamente correcto, que premia la utilidad egoísta y abomina de la ética natural. Estamos inmersos en aguas donde la fuerza del poder político y/o económico triunfa contra el progreso solidario en el bien común; donde la democracia es con frecuencia un espejismo para la manipulación de las masas y para la opresión de las minorías inteligentes; donde el amor conyugal y matrimonial ha sido sustituido -en el menos malo de los casos- por una atracción heterosexual y sentimental inestable, fácilmente sustituida por nuevos enganches afectivos, sin fuerza de fidelidad ni de perpetuidad.

Pero tal vez el peor de todos estos males es su aparente libertad. ¿Cuál es la finalidad de la libertad? ¿Hacer lo que a uno le dé la gana?  Eso ahora abunda, llegando hasta el crimen. Eso es signo de libertad pero no da lo mismo lo que se elija. La esencia de la libertad, sí,  está en poder elegir. Si no se puede elegir, no hay libertad. Pero la meta, el logro, la finalidad de la libertad es elegir bien, elegir lo que moralmente es bueno para mí y para todos.  Y ese es el camino del  verdadero progreso individual y social.

“El hombre es libre para interpretar, para dar un sentido a la realidad, y precisamente en esta libertad reside su gran dignidad”, señalaba Benedicto XVI el pasado 8 de mayo en Venecia. Pero, siguiendo el pensamiento del Papa, además de la libertad, “la fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad  (Caritas in Veritate n° 9), “el desarrollo humano integral como vocación exige también que se respete la verdad” (ídem, n°18). Pero “la verdad no es producida por nosotros, sino que se encuentra o, mejor aún, se recibe. Como el amor, «no nace del pensamiento o la voluntad, sino que en cierto sentido se impone al ser humano» (ídem, n° 34). Y es indudable que en esta sociedad delicuescente, algunos temen a la verdad porque les obligaría a vivir con valentía, esfuerzo, riesgo y sinceridad por lo tanto prefieren seguir lo más cómodo: la corriente que acepta pasivamente los estereotipos y modas impuestos. Otros muchos odian la verdad, porque toda su voluntad se esfuerza por implantar mentiras muy útiles de las cuales ellos sacan poder político, ventajas económicas y éxito social.

Pero sin verdad, no hay amor verdadero, la libertad humana individual no encuentra su fin. Sin verdad, advierte Benedicto XVI, el amor se hace mero sentimentalismo. “El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad. Es presa fácil de las emociones y las opiniones contingentes de los sujetos, una palabra de la que se abusa y que se distorsiona, terminando por significar lo contrario” (ídem. N°3).

Por eso, ya dije en otra ocasión, que inmersos en este tipo de anticultura, es propio de los que tienen un alma libre y un amor a la verdad, saber nadar como los salmones: a contracorriente y hacia arriba.

Luis Fernández Cuervo

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