EL CAPITALISMO MISOGINO, ESCLAVISTA Y CARNIVORO - Periódico EL Pais

EL CAPITALISMO MISOGINO, ESCLAVISTA Y CARNIVORO

Al leer las más antiguas escrituras existentes de nuestras culturas de hace 3.000 años, así como La Ilíada y La Odisea de Homero, así como el Antiguo Testamento, que cuentan historias de antiguos reyes y sus guerras, encontramos que estas culturas se orientan alrededor del consumo de carne, el arreo, la esclavitud, la conquista con violencia, la supremacía masculina, y la ofrenda de sacrificios animales a sus dioses -en su mayoría- masculinos.

Para las antiguas culturas, los animales en confinamiento no eran solamente comida; también eran riqueza, seguridad, y poder. El primer dinero y forma de capital fueron ovejas, cabras, y ganado, ya que solo éstos eran propiedad consumible con valor tangible. De hecho, la palabra “capital” se deriva de capita, latino para “cabeza”, como en cabezas de ganado u ovejas.

Los primeros capitalistas fueron los arrieros que peleaban entre sí por los primeros reinos, con todo y esclavitud, guerras frecuentes, y poder concentrado en las manos de una élite propietaria de cabezas de ganado. Nuestra palabra “pecuniario” proviene del latin pecus, que significa ganado, y la antigua moneda romana, el denario, también se denominó así porque valía por diez asnos.

Los animales de producción en las antiguas culturas arrieras por lo tanto definieron el valor del oro y la plata –los animales para comida eran el estándar de riqueza y poder. Este hecho explica el poder político de las industrias de carne y lácteos que continúa hasta el día de hoy.

Al “cosificar” y esclavizar animales grandes y poderosos, los antiguos predecesores de la cultura occidental establecieron un patrón básico de valores y actitudes de la gente, y una visión de mundo que todavía permanece hasta el día de hoy en el corazón de nuestra cultura.

Han existido básicamente dos tipos de sociedades, a las cuales se refiere como “de asociación” y “de dominación”. En las sociedades de asociación, hombres y mujeres son esencialmente iguales y trabajan juntos en cooperación, y esto fue la norma por muchas decenas de miles de años en la vida humana, previo a la expansión de las culturas patriarcales dominadoras basadas en el arreo de animales.

Esto es un acontecimiento relativamente reciente, cinco a siete mil años hace, y se debió a lo que se le denomina la invasión kurgana por parte de guerreros-arrieros de Asia central que se adentran en Europa oriental y la cuenca mediterránea. Introduciendo así una cultura en la que el hombre ve a la mujer como un bien mueble (propiedad), ellos aparentemente se introducen en tres olas en un período de unos dos mil años, violentamente atacando, destruyendo, y fundamentalmente cambiando las más antiguas, más pacíficas sociedades de asociación. Estas culturas más viejas tendían a comer alimentos recolectados y sembrados, venerar a diosas de la fertilidad, crear comunidades en valles fértiles, usar metales para hacer recipientes en lugar de armas, y no se involucraban en guerras.

Las culturas invasoras dominadoras arriaban animales y comían principalmente carne y leche, alababan feroces dioses masculinos en el cielo, tales como Enlil, Zeus, y Yahweh, se asentaban en cimas de cerros y los fortificaban, usaban metales para forjar armas, y constantemente estaban en competencia y guerras. Conflictos violentos, competencia, opresión de las mujeres, y lucha entre clases, esto no necesariamente tiene que caracterizar a la naturaleza humana sino que son productos relativamente recientes de la presión social y condicionamiento introducido por las culturas arrieras invasoras cuyos valores de dominación hemos heredado.

La práctica del arreo de animales produce un endurecimiento psicológico característico de culturas dominadoras:

El pastoralismo se apoya en lo que es básicamente la esclavización de seres vivos, seres que se explotan por los productos que producen… y que eventualmente se matan… . Esto también ayuda a explicar el endurecimiento psicológico (supresión de las emociones “débiles”) que caracterizaba los orígenes de las sociedades patriarcales o dominadoras… Por otra parte, una vez que uno se habitúa a vivir de animales esclavizados (por su carne, queso, leche, pieles, y demás) como prácticamente la fuente principal para la supervivencia, uno puede más fácilmente habituarse a ver la esclavización de seres humanos como aceptable.

Ya sea que en efecto hubiese culturas anteriores que eran más pacíficas, orientadas hacia la asociación, e igualitarias, o si el conflicto violento, machos, y la competencia han dominado siempre las estructuras socioeconómicas culturales humanas es todavía un tema acaloradamente debatido entre los académicos. Lo que es innegable, sin embargo, es el efecto en la conciencia humana de la “cosificación” y esclavización de animales de gran tamaño para alimento. La revolución agrícola introdujo cambios profundos en las antiguas culturas recolectoras, transformando su relación con la Naturaleza de una de inmersión a una de separación e intento de dominarla. A partir de esta separación, dos tipos de agricultura emergen –plantas y animales- y la distinción entre ellas es significativa. Cultivar plantas y trabajo en el huerto es una faena más femenina; las plantas se cuidan y nutren, al trabajar en armonía con los ciclos de la Naturaleza, somos parte de ese proceso que acentúa y amplifica la vida.

Es una tarea que reafirma la vida y nos hace más humildes, que sustenta nuestro lugar en la red de la vida. Por el otro lado, la agricultura animal con animales grandes siempre fue trabajo de hombres y requirió de fuerza y violencia desde un principio, para contener a estos poderosos animales, controlarlos, guardarlos, castrarlos y al final, matarlos.

Los animales son cosas y son propiedad, para ser usados, y consumidos. Por extensión, la Naturaleza, tierras, recursos, y las personas también son vistos como materia prima para usar y explotar. Mientras que esto nos parece lógico hoy en día como habitantes modernos de una cultura arriera, consumidora de animales y capitalista, esta es una visión de enormes consecuencias: la cosificación de animales marcó la última verdadera revolución en nuestra cultura, completamente redefiniendo las relaciones humanas con los animales.

En las antiguas culturas arrieras los animales fueron gradualmente transformándose de cohabitantes misteriosos de un planeta compartido, a meros objetos de propiedad para ser usados, vendidos, intercambiados, confinados, y matados. Ya no silvestres y libres, fueron tratados con creciente irrespeto y violencia, y eventualmente se hicieron desdeñables e inferiores en los ojos de los arrieros de estas culturas emergentes una excelente exposición de los orígenes del rol de dominación que ejerce el hombre, de donde hemos heredado nuestros valores actuales. A la luz de esta época la obsesión del pueblo con los toros, la violencia, el machismo, el rol rebajado de la mujer, el licor, etc.

La mayoría de nosotros no piensa en nuestra cultura como una cultura arriera. Si miramos a nuestro alrededor, vemos más que todo carros, caminos, suburbios, ciudades, y fábricas, y mientras que hay enormes predios cultivados de granos, y ganado pastando en el campo, no nos damos cuenta que casi todo el grano se cultiva como alimento para animales de producción, y que la cantidad casi imposible de millones de aves, mamíferos, y peces que consumimos están confinados fuera de nuestras vista en enormes campos de concentración llamados “crianza intensiva”. Aunque no es tan obvio para nosotros hoy en día como lo fue para nuestros antepasados hace unos miles de años, nuestra cultura es, como lo fue la de ellos, esencialmente una cultura “arriera”, organizada alrededor de poseer y “cosificar” animales, y comerlos.

Es una especie de utopía, pues vivir en un país tercer mundista, dominado por potencias extranjeras, donde no se respetan lo derechos humanos y donde la salud, educación, empleos y sueldos, son una verdadera miseria, difícilmente llegaremos a la abolición de aquellas practicas. Si los humanos no se respetan entre ellos, nunca podrán respetar a los animales.

Luis Molina

luis_molina007@hotmail.com

Columnista de Periódico El País

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