El barrio y la escuela - Periódico EL Pais

El barrio y la escuela

El barrio y la escuela
Por Fidel López Eguizábal Docente e investigador  universitario
Por Fidel López Eguizábal
Docente e investigador universitario

Fidel López Eguizábal
flopez@ufg.edu.sv
Catedrático Universidad Francisco Gavidia

Nací en barrio, así como miles lo hacen en algún pueblo recóndito del mundo. Creciendo entre calles empedradas y empolvadas, dejando los recuerdos en la escuela y en las tardes de paseos en bicicleta. Las montañas siempre estuvieron vigilantes de nuestros pasos.
Barrio San Nicolás, cerca del cementerio, cerca en donde me espera el turno algún día. Mientras tanto —quiero retroceder la película y pisar esa tierra y esa vida— “quien no recuerda, no disfruta la razón de la vida”.

Esa tarde de séptimo grado, toqué por primera vez las piernas de una mujer. Ella se erizó internamente, me vio y sonrió. En el aula quedó ese mágico recuerdo escuelero. De esos días benditos, en donde el poeta platónico nunca olvida… que vida para que sea inolvidable.
Esa escuela estaba lejos de la casa, pero la bicicleta, regalo de Navidad que me hizo mi madre, era la que me ayudaba a recorrer todo el pueblo. Sentir el viento en la cara era respirar libertad…
Nueve años tuve que estar en esa escuela. Si volviese a nacer, lo repetiría.

Cuando vuelvo al pueblo, parezco un forastero. Ya no soy aquel a quien saludaban alegremente —y ese chele, de dónde salió—. Ya muchos viejos conocidos están cuatro metros en el olvido, cuidando alguna cruz en el cementerio.

En el barrio, son las cuatro de la tarde, inicia las tertulias típicas, en donde los viejos sacan las sillas viejas, se sientan y disfrutan pasar a la gente, para criticar y componer al mundo. No importa cuál sea el tema, de esas tardes quiero repetir.

El sonido de un vehículo grande se escucha, el tipo del pueblo, parquea su pickup Ford. El tamaño del vehículo denota clase en esos lugares. Las botas y el sombrero los luce y dice con orgullo “buenas tardes tía, acá le traigo”. Las carcajadas, la música de Antonio Aguilar y Vicente Fernández inician a opacar las tertulias de los demás vecinos. Más de alguno se quitará el frío de la tarde con un trago de guaro.

Un señor chele de ojos azules, con estatura aproximada de uno ochenta y con sombrero de vaquero observa la plática, sus botas y cincho grueso con hebilla grande, le hacen ver como un vaquero gringo. No, simplemente es un paisano con sangre francesa. De esas familias que se afincaron en el pueblo y regaron su semilla.

Apoyé los brazos en la persiana americana de mi casa. Enfrente observé el cuadro de todas las tardes. Veo como disfrutan los vecinos de las tertulias, la vecina me dice “venga, platiquemos un rato”. La patrona de la casa, toma un termo viejo y vierte en una taza el café más rico del pueblo, café cosechado colindante del bosque El Imposible. El aroma del preciado grano de oro llega a mi cara y la plática inicia.
La tertulia hace mágico el pueblo, mi madre platica con la vecina y es cotidiano charlen de los hechos de Tacuba…
La escuela es la misma, han quedado atrás los recuerdos y las historias por contar…

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